Me voy a agazapar en tu presencia,
Por el amor que te profeso.
Haré que el sentimiento hiberne,
Y que el ritmo de los latidos quede casi yerto.
Voy a visitar nuevos templos,
Por el amor que te profeso.
Prometo no serte infiel,
Solo el cuerpo cederá ante los pecados de la carne.
Voy a contraer el impulso,
Por el amor que te profeso.
Y dejar que vuelvas,
Por tu propio pie a mi jardín naciente, que te espera.
Impaciente, siempre.
"Ahora bien, añadí, la principal, pese a su capacidad de supervivencia, parecía idiota. “Era uno de esos hermosos días de finales de abril” se le ocurre a cualquiera. De hecho la inteligencia de la frase residía en la subordinada (“si a uno le importan esas cosas”). Observad, les pedí, la capacidad irónica de ese callejón gramatical. Repetimos: si a uno le importan esas cosas. De súbito, y gracias a su subordinada, la frase principal, que por sí misma no valía un céntimo, adquiere una fuerza asombrosa."
El hijo del Joyero.Juan José Millas
No hay comentarios:
Publicar un comentario