Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
—Jaime Gil de Biedma, “No volveré a ser joven”.
Somos el tiempo que nos queda
Ligeramente tumefacta
pero ofrecida con codicia, llegó la boca hasta el lindero de la precaria intimidad. Iban reptando las parejas que se apiñaban en lo oscuro: no se miraban, se sumían en un compendio de sudores, se convertían en secuaces de la penumbra suspensiva. Como un furtivo postulado brilló el mechero de los cómplices. No te preocupes no me he ido, ¿cómo iba a irme sin saber? Somos el tiempo que nos queda. Y ya los cuerpos se anudaban bajo la oscura marquesina, sin decidir con qué argumentos recobrarían su ansiedad. Era una esquirla el clarinete, un estertor de la armonía. Toda la noche resonando como una sábana en tus pechos, toda la noche entre emboscadas buscando llaves que no abrían. Chorros de gritos tan vehementes que entrechocan con los vasos iban tiñendo de lujuria los cortinajes y butacas. Entre el estruendo de los rótulos unas caderas rebullían como impulsadas por la piel incandescente del tambor. Mira qué prendas, qué proclamas de irremediable soledad. Habla más alto, no se escucha más que el furor de los licores. Todo está lleno de luciérnagas y de insufribles fumarolas, todo parece confiscado por los que nunca saben nada. Pero la boca ya ofrecía sus rezumantes terciopelos, boca promiscua, saturada de zumos ávidos y esguinces. Está invadida de jadeos, no se parece a las demás. No se parece, no es mentira. Pisando vidrios, esgrimiendo restos de yerbas y de músicas, llegaron nuevas avalanchas de adormilados oficiantes. Era la hora del suicidio y algunos miembros de la secta se desnudaron en la sala con voluptuosa dejadez. ¿Cómo evitar el simulacro, cómo vivir sin desvivirnos? Surcan los días por tu vientre. Somos el tiempo que nos queda. De: José Manuel Caballero Bonald Antología Personal |