sábado, 27 de febrero de 2010

Mbua



El alba denominadora.

A embestidas suaves y rosas, la madrugada te iba poniendo nombres:
Sueño equivocado, ángel sin salida,mentira de lluvia en bosque,
Al lindero de mi alma, que recuerda los ríos,
Indecisa, dudó, inmóvil:
Vertida estrella, confusa luz en llanto, cristal sin voces?
No.
Error de nieve en agua, tu nombre.

Rafael Alberti.


Hoy, en el Serengeti, hay tormenta.
Tormenta que estalla, que grita y que se revuelve rebelde.
Tormenta que hace que los animales corran despavoridos a sus hogares vegetales.
Agua que cae torrencial, con sonido de truenos Wagnerianos de fondo.
Agua que purifica y da vida, y color a las praderas de largas hierbas salvajes.

Hoy, en el Serengeti, hay tormenta.
Y yo la miro desde mi hogar de barro y piedra.



martes, 16 de febrero de 2010

HOME & HOMIES

El Hogar.

Mi hogar está compuesto de miles de pequeños fotogramas, que atesoro con mi precaria memoria, con el mayor de los esmeros.

Pequeños momentos que se entremezclan con sensaciones, olores y hasta imágenes que pasaron a formar parte de mi realidad sin serlo.

P llegando al portal de mi casa, improvisaciones musicales de ukeleles, guitarras y sonido de cajas de galletas Chiquilin de fondo.

Aquellas improvisadas conversaciones con mi hermano de madrugada.

Teresita, Kika, Malú y yo recorriendo el Paseo de Pintor Rosales en una tarde de verano cualquiera, vestidos blancos, collares etnicos y sonrisas, a veces provenientes de paraísos artificiales, dibujadas en el rostro.

Tardes de invierno con mi hermana mayor, tardes de resolver el mundo entre humo de cigarrillos y puesta toda nuestra esperanza en el ser humano ilustrado.

Levantarme con el sonido de antiguas canciones extremeñas que hablan de amantes despechados, mientras desde mis sábanas blancas me llega el olor del café recien hecho.

El sol atravesando el ventanal de mi cuarto, el viento chocando furioso contra el cristal, y yo, dejando pasar los tic tac del reloj sin sentirme culpable de nada.

Mi hogar, se compone de las personas a las que amo, de aquellas personas que me han abrazado cuando se me ha roto el corazón y de aquellas que han celebrado mis triunfos con una sonrisa.

La soledad, a veces, se convierte en una losa que te pisa y axfixia. En esos d'ias, cuando la novedad de la aventura queda atras y se olvida momentáneamente, esos d'ias en los que muero por dormir en mi cama, abrazar a los míos y compartir un domingo cualquiera de Trivial.

Como aquel paseo por el retiro con P, sentados enfrente de un jardín marchito, preguntandonos con incertidumbre donde estaremos dentro de diez, quince o veinte años, la maldita, retorcida y al mismo tiempo divertida incertidumbre que nos hace caer en la cuenta que la vida es una aventura que pasa veloz, que se escapa de las manos como una lagartija traviesa. Que todas las crisis son oportunidades, que no siempre podremos ver una puesta de sol en Africa, o bailar en un aisla desierta, que todav'ia somos jóvenes, pero no por mucho tiempo.

Que no siempre podremos pasear bajo las estrellas ni reir despreocupados del mañana, que no siempre nos romperán el corazón, porque hay algo peor, y es el olvidar que uno, tuvo corazón alguna vez.

La vida, con sus decisiones y con la pregunta universal que todos nos hacemos, y es que para qu'e demonios estamos aqui?

Yo sólo espero, que no se me agriete la inocencia que todavía poseo, que no se me seque la esperanza y que mis sueños nunca mueran, y, que siempre que mire el horizonte, este donde este, sepa que tengo un hogar al que volver.


martes, 9 de febrero de 2010

Los elefantes del alba.



Yo estaba ciega.

O eso pienso en momentos como este.


Saitoti viene a busarme a las 5:30 de la mañana, vestido con su manto a cuadros rojo y negro y armado con su lanza masai.


Es todavía de noche, pero el cielo esta iluminado con una media luna y miles de estrellas.

Menudo espectáculo!

Y yo me siento en primera fila.


A lo lejos, suena el estruendo de un elefante en el río, mientras llega el alba con todas sus luces, la silueta se recorta con la figura de las colinas uniformes, y el color de las acacias cambia por segundos.


Esta luz, Oh, esta luz es incomparable.

La luz de Africa, del comienzo y el fin de la vida.

Donde las palabras, contaminación, inflación y consumismo pierden todo su significado.

Porque ahora lo que cuenta, es la luz, amigos.

Los sonidos, el olor del café de Kenia recien hecho, Café nuevo como diría Teresita, mezclado con el rocío.

Los pasos elegantes de los Masais, dibujando siluetas esbeltas a lo largo del camino.

Las tenues luces de velas que se van a pagando, una por una, hasta que el día llega.


Esto es Africa.

Una fuente de belleza extrema.

Un lugar en el que se respira gratitud con la vida y con todos los dioses que crearon la tierra

Una historia de amor tierno entre el paisaje y tú.


Jamás pensé que encontraría el amor en Africa, y que ese amor, se materializaría en forma de paisajes y de gentes.


Soy muy feliz.


(La foto es un robo descarado a un amigo mío que también vive en Tanzania, que me perdone la SGAE)


sábado, 6 de febrero de 2010

Mvua


Hoy llueve en el Serengeti.

Tormentas de verano.

No son tan dramáticas como las de Madrid, cuando el cielo estalla a ritmo de relámpagos cegadores, y te mojas, y la ropa empieza a gotear, pero te da igual.

Porque es verano y hace calor.
Porque ya no te sientes axfixiado por el polvo y la polución de la ciudad,
Porque el agua está fresca y te queda toda la noche por delante.
Noche de terrazas bajo el puente de Segovia y bailes hasta el amanecer.
Gatos pardos, que no picos.

Esta lluvia es más suave, más generosa, remueve las cenizas de la hierba quemada que pasa a ser verde de nuevo.

A medida que la tarde avanza, la lluvia se hace más y más fuerte. El cielo se nubla y el arcoiris empieza a asomar por una de las colinas.

La lluvia del Serengeti parece un milagro. El río Mbalageti se crece con fuerza, bravo, arrastra cualquier cosa que encuentre a su paso. Si el río desborda, habrá que utilizar el puente que lo cruza, que parece traicionero y es el colmo de la estrechez.

Anoche Kalanga me acompañaba a casa, yo le señalaba el cielo y le decía "Maji!" El reía con ganas de niño, y respondía, "Musungu wet" A lo que yo contestaba, "Me no Musungu, me: Masai. White Masai"

Yo sonreía pensando lo raro que tendría que ser, que un ser blanco de pelo rojo clamara ser una masai blanca.

Me gustan los Masais, sus bomas, sus bailes y el gran corazón que tienen, como hablan y como se mueven, me parecen personas dignas de el mayor de los respetos.

Africa me está conquistando, pole pole, pero de forma paulatina.




viernes, 5 de febrero de 2010

No title

Igual que en Madrid, Suiza y ahora, Serengeti, vuelvo a construirme una rutina.

Todas las mañanas ando el camino que me lleva al trabajo.
El cielo está teñido de diversas tonalidades que van del rojo al púrpura. Es el amanecer.

Todavía me quedo parada contemplando la luz de Africa, esa que te agarra y te conquista, porque no hay un día igual que otro, y parece que en cualquier momento vayas a oir tambores a lo lejos.

Me cruzo con distintos animales sin reparar mucho en ninguno, y es que, uno se acostumbra a ver babuinos de forma diaria. Es algo que, simplemente, ocurre.

Serpientes, estorninos soberbios que avisan de mi llegada con sus señales autóctonas hechas a base de sonidos agudos.
Mis pisadas son de gigante y sus cantos, alarmas

En unos cuantos días espero poder salir de aqui y saludar a los leones por el camino.
Ir a un médico, debido a mi maltrecho tobillo.
Tomar el té con aquella pareja de pilotos de Seronera y visitar al español que me espera a tres horas en Land Rover.
Quizas, hablar de paellas y tintos de verano.
De expatriado a expatriado.

Oler el Serengeti, con su polvo y sus moscas Tse-Tse.
Ver elefantes e hipopótamos.
Y olvidarme un poco de las largas jornadas por unas horas.

Y entonces, llega la tarde.
Vuelvo a casa despu'es de un largo día recorriendo los 500 metros que me llevan por un camino de polvo y piedras, dejando que el viento que da paso a la noche me azote en la cara.

Y mientras camino, el sol se pone y una luz mágica, esa que inunda los ojos de los masais de colores vivos, hace su aparición.
Hay nuber gigantescas que quisiera esculpir con una escalera interminable, son algodones de azucar sacados de ferias de carreteras secundarias.

Y todavía oigo misteriosos sonidos que no logro descifrar. Pero no me preocupa, porque Kalanga me acompaña, cogiendome la muñeca en señal de respeto, mientras me cuenta en un inglés básico que mató siete leones a lo largo de su vida.

Y luego, por fin, la ducha de agua fría y al salir, la mirada puesta en el horizonte, más alla de las mesetas y las acacias, vestida con toalla blanca.