martes, 1 de junio de 2010

En la carretera.


El viaje desde El Serengeti a Mwanza se hace interminable.
Dando saltos en la cabina de un camión durante unas cuatro horas hasta cruzar la puerta que deja atrás a los animales salvajes. Calor, moscas tse-tse colándose por cualquier rendija de la ropa.
Picadura, escozor, gota de sudor en la frente.
La espalda se queda pegada al asiento, noto la camisa mojada.
Ni los animales pastan, seguramente han ido a refugiarse a la zona más centro del parque, llena de grandes piedras volcánicas de hace miles de años.

Joseph, un electricista keniata de edad indeterminada, me habla de las maravillas de Obama, héroe nacional, y el slogan "Yes, we can" explotado hasta la saciedad. Me enseña fotos de su mujer, una de su hija mayor el primer día de colegio. Fotos que a mi, se me hacen retro, como aquellas que tengo yo de mi infancia escondidas en alguna caja en alguna habitación abandonada.

Pero al salir del parque, empezamos a ver a las gentes. Niños transportando garrafas de agua vestidos de colegiales (aqui los deberes son más duros que en Europa) Mujeres con faldas hasta los pies, hechas de telas de facturación nacional de colores vivos.
Hombres en bicicleta. Jóvenes vendiendo mazorcas de maíz a los pasajeros de 5000 chelines tanzanos de los autobuses que van camino a la ciudad...

Una vida hecha alrededor de la carretera, que como antes el curso de los ríos, es ahora la fuente de la vida y la riqueza. Y es que para que van a ir a buscar agua, pudiendo beber una Coca-Cola. De camino a Mwanza se nota la mezcla de globalización con tradiciones locales. Cacharros de plástico sustituyen a las pequeñas vasijas de arcilla, botellas de vino hacen las veces de floreros en las casas más elegantes.



Y mientras el aire atraviesa la ventana de la cabina de mi camión dejo que mi brazo cuelgue por fuera, y contemplo mi mano bajo la luz de la carretera que parte de la ciudad y lleva a ninguna parte.
Parada técnica en un pueblo que no posee más que el nombre: Lamadi. El lúnatico de pelo rasta pasea hoy tranquilo, debe ser que hace poco le han dado de comer, me imagino. Y le pregunto a Joseph si hay más como él.

A lo lejos destaca una mujer de rasgos masais, una de las mujeres más guapas que he visto en mi vida, con vestido de colores y piel negra brillante. Ojos sonrientes y mirada sencilla


Y al llegar a Mwanza, una orda de indios entra a descargar el camión, botellas de vidrio vacías y el canto que llama a la mezquita (ya son las 7 de la tarde y empieza a atardecer) transporte a cuenta de la compañía y por fin, la llave de mi habitación/camarote en el African Queen, en The Marley Suite y el número 3, que siempre me trajo buena suerte.