jueves, 22 de diciembre de 2011

Conversaciones alrededor de una mesa.


Las navidades se acercan, tanto, que ya puedo hasta imaginar la estampa hogareña del 24 de diciembre, como todos los años, sentados alrededor de una mesa celebrando sino ya, el nacimiento de un Dios (para los creyentes) el sentimiento de reunión con la familia.


¿Pero que es en realidad una familia? Una familia está unida por lazos de sangre, pero es aún más, una familia está compuesta por aquellas personas que aún viéndote débil, fracasada o rota, te siguen viendo como siempre has sido, porque tienen una visión lineal de tu vida. Ellos son los que te apoyan, a los únicos a los que le cuentas tus grandes secretos a base de roce y peleas muchas veces absurdas. 


Todas las navidades se pasea un elenco diferente de personajes por el salón. A veces, amigos lejanos de mis padres, nuevos miembros que se van incorporando, invitados extranjeros que están lejos de sus casas en unas fechas tan nostálgicas para unos y alegres para otros.


Fechas como estas, el anuncio de un nuevo año que llega, con un elenco brutal de opciones que elegidas diestramente pueden llevarnos a la felicidad o al llanto, nos hace reflexionar sobre como hemos vivido y como queremos vivir. Qué es lo que se espera de nosotros, y que es lo que nosotros realmente querríamos hacer.


Nos hemos criado en un ambiente que nos condiciona. A mi, me condiciona la emprendedora vida que ha llevado mi padre, la constancia y el cumplimiento de sueños de mi hermana, la superación de mi hermano. Quizá debido a la naturaleza intelectual de mi abuelo paterno, al cual no llegué nunca a conocer, pero que noto constantemente en mi herencia genética, me planteo constantemente problemas metafísicos de imposible solución. Desde Grecia ya se ha estado intentando contestar a la pregunta del sentido de la vida y hasta el momento nunca ha habido una verdad absoluta, ni se ha pronunciado ningún dogma, sino que se han hecho especulaciones siempre subjetivas realizadas por diferentes personalidades en diferentes tiempos, con su consecuente contexto. Especulaciones que, jamás me han llegado a convencer del todo. No consigo concebir el sentido de mi vida a no ser que conozca de donde vengo y tenga, aunque sea un mínimo bosquejo, de hacia donde quiero ir. Quizá mis barreras de aqui a un tiempo sean geográficas, porque no me considero capaz de arramblar con las emotivas.




Estos son los mejores años de nuestras vidas. Esos años en los que eres lo suficientemente mayor para hacer lo que quieras, y lo suficientemente joven para no haberte cargado todavía con responsabilidades de por vida. Quizá es el momento de intentar encontrar el sentido de la vida, antes de empezar a pensar en sentar la cabeza.


Pero no vivimos como queremos, sino que lo hacemos como podemos, y somos patéticos y débiles, y lloramos y nos caemos y nos sentimos importantes cuando algo grandioso nos pasa y el éxito muchas veces nos aparta, al igual que la derrota, de la gente que más queremos. Somos humanos, al fin y al cabo, seres imperfectos que fueron creados para la insatisfacción vital. 



Supongo que mi blog, es cierto modo, es una especie de reflexión interna en voz alta. Porque en cada momento nos influencia algo distinto, ya sea la naturaleza, la espiritualidad, los ritmos internos que acompasan el alma o el arte.

Supongo que mi blog es un experimento, para desplegar pensamientos como extiendes una sábana blanca y limpia para colgarla al sol. Sé también que muchas veces no soy fácil de leer, porque incluso yo me encuentro barrancos insalvables, callejones sin salida, preguntas sin respuestas. 

Supongo que a lo mejor, mi blog es eso, preguntas retóricas a las que no creo que jamás consiga dar respuesta, pero que el simple hecho de formularlas me quita, ya de por si, un tremendo peso.

El tremendo peso y al mismo tiempo el fantástico regalo que es la experiencia de vivir.



viernes, 16 de diciembre de 2011

Fields



Caminas despacio y sigilosamente.
La niebla cubre en gran parte el paisaje de encinas y llanos de la finca que recorres.
Talon antes que punta, poniendo mucho cuidado en no hacer crujir ninguna rama al pisarla, en no tropezar con ninguna piedra, en no hacer un ruido de más.
El único encuadre de vision es la mano del guarda con la que te señala, te ordena parar o te avisa para que te agaches.

Paras abruptamente. La mano del guarda apunta a las 10. Muflón. Oyes tu propia respiración, te laten los tímpanos e intentas inhalar y exhalar el aire despacio.
Los cuernos retorcidos y la tranquilidad de saberse solo.

En medio de una pradera, el bicho come el que quizá sea su ultimo desayuno. Son las 8 de la mañana de un sábado de principios de diciembre y hace un frío humedo que cala hasta los huesos.
Con movimientos lentos descuelgas el rifle del hombro. Te colocas, apuntas, quitas el seguro con sumo cuidado. Vuelves a oir tu respiración por encima de la bufanda de lana, que crea una nube de vaho a tu alrededor. Notas el latido de la sien.

Apuntas, el bicho está a 70 metros de costado. Perfecto.
Al expanderse el sonido del Click del seguro del rifle al retirarlo, el bicho levanta la cabeza atraído por aquel ruido que no consigue identificar. 

Te mira. Te mira directamente a los ojos y te atraviesa el alma.

Corazón desbocado, mantienes la mirada. Eres una figura hierática apuntando, preparado hasta que el momento perfecto aparezca. El buen cazador jamás dispara hasta que no tiene el tiro seguro al codillo.

Después de estudiarte atentamente el bicho deja de mirarte, ya no le interesas, no pareces una amenaza, o quizá no ha entendido la importancia del papel que tienes en su vida, o en el fin de ella. 

Con un movimiento rápido, baja la cabeza, olisquea la hierba, titubea y sin previo aviso pega un brinco, se da media vuelta y sale a un trote ligero.

Le pierdes de vista. Se adentra en el enrramado de jaras y encinas que confunde a la vista y no vuelve a aparecer. La oportunidad ha pasado y ya no volverá. Habrá otras, diferentes, parecidas, pero nunca iguales. Nunca iguales.