viernes, 5 de febrero de 2010

No title

Igual que en Madrid, Suiza y ahora, Serengeti, vuelvo a construirme una rutina.

Todas las mañanas ando el camino que me lleva al trabajo.
El cielo está teñido de diversas tonalidades que van del rojo al púrpura. Es el amanecer.

Todavía me quedo parada contemplando la luz de Africa, esa que te agarra y te conquista, porque no hay un día igual que otro, y parece que en cualquier momento vayas a oir tambores a lo lejos.

Me cruzo con distintos animales sin reparar mucho en ninguno, y es que, uno se acostumbra a ver babuinos de forma diaria. Es algo que, simplemente, ocurre.

Serpientes, estorninos soberbios que avisan de mi llegada con sus señales autóctonas hechas a base de sonidos agudos.
Mis pisadas son de gigante y sus cantos, alarmas

En unos cuantos días espero poder salir de aqui y saludar a los leones por el camino.
Ir a un médico, debido a mi maltrecho tobillo.
Tomar el té con aquella pareja de pilotos de Seronera y visitar al español que me espera a tres horas en Land Rover.
Quizas, hablar de paellas y tintos de verano.
De expatriado a expatriado.

Oler el Serengeti, con su polvo y sus moscas Tse-Tse.
Ver elefantes e hipopótamos.
Y olvidarme un poco de las largas jornadas por unas horas.

Y entonces, llega la tarde.
Vuelvo a casa despu'es de un largo día recorriendo los 500 metros que me llevan por un camino de polvo y piedras, dejando que el viento que da paso a la noche me azote en la cara.

Y mientras camino, el sol se pone y una luz mágica, esa que inunda los ojos de los masais de colores vivos, hace su aparición.
Hay nuber gigantescas que quisiera esculpir con una escalera interminable, son algodones de azucar sacados de ferias de carreteras secundarias.

Y todavía oigo misteriosos sonidos que no logro descifrar. Pero no me preocupa, porque Kalanga me acompaña, cogiendome la muñeca en señal de respeto, mientras me cuenta en un inglés básico que mató siete leones a lo largo de su vida.

Y luego, por fin, la ducha de agua fría y al salir, la mirada puesta en el horizonte, más alla de las mesetas y las acacias, vestida con toalla blanca.

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