Llevo ya un par de días
Despidiéndome de Asís.
Es un luto previo,
a mis días de soledad,
a los paseos de música,
y a los descubrimientos fortuitos.
Me despedí ayer de las bóvedas,
salpicadas de estrellas doradas,
de la Basílica del santo.
De sus frescos llenos de vírgenes y dorados,
De sus marcas de lápiz,
que me sorprenden,
desde el futuro.
Dicen que la basílica inferior,
representa el purgatorio,
Yo me quedaría a vivir allí,
bajo sus bóvedas azules intensas,
y sus estrellas,
y su silencio.
El desencanto con la cultura, la alienación elegida y al mismo tiempo rechazada. Quizás por eso ya me despido. Porque después de tantos años, ya sé como lidiar con lo que se va.
Se fue tanto de mi vida y al mismo tiempo, tanto nuevo llegó. Las tardes seguirán cayendo y la luz seguirá bañándome, sea en Asís o en Madrid, porque al final lo importante, es el mundo que yo poseo.
Y en el recuerdo quedarán, como cuando paseaba las calles del Valais de Suiza, o los caminos de tierra del Serengeti, impresas las sensaciones. Solo las sensaciones, porque las imágenes las borra el tiempo y la memoria y solo quedan olores, sonidos, que cada vez que ocurren, abren un hueco en el espacio tiempo y me vuelven a llevar allí.
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