"Nadie es más esclavo que quien falsamente cree ser libre"
Goethe
La película el Brutalista, comienza con un plano invertido de la estatua de la libertad, como una metáfora de la vida que Lázló Toth llevará en América. Lázló quiere trascender todos los tiempos a través de su obra, quizás para convertir el campo de Wuchenwald en un recuerdo diluido e insignificante de la historia de la civilización. Parece querer constatar, que la humanidad es más que sus errores. Es lo único que puede salvar a un superviviente del holocausto: esa pulsión por vivir.
En el estado americano de Pensilvania, anunciado como dechado de virtudes de los tiempos modernos a mediados del s.XX, Lázló edificará el Instituto Van. A través de unos corredores secretos, entre unas celdas estrechas de las mismas dimensiones que las de Dachau y Wuchenwald, Lázló y su mujer, conectan sus experiencias para no separarse jamás.
Toda la estructura del Instituto Van tiene sentido por ese núcleo en el que se proyecta una cruz. Ese núcleo que le sostiene: su mujer y su sobrina, la única familia que le queda. Construir un núcleo inamovible de belleza rodeado de hormigón, así como, la belleza de la comunidad estaba rodeada del horror del holocausto.
Las estancias-celdas, son estrechas pero altas. Sus paredes tienen veinte metros hasta la luz que pasa a través de las vidrieras del techo. La luz como símbolo de libertad de pensamiento y de identidad.
Pero todo el conjunto arquitectónico, es una ilusión. La estructura, está coronada por una cruz que proyecta su reverso, que no tiene materia. Es una proyección, como lo es el miedo y el rechazo de los americanos a lo que un día fueron. Como lo es la antítesis de Erebét, ese hombre hecho a si mismo que es Harrison Lee Van Buren.
Esa luz que proyecta la cruz no tiene materia, como la identidad difusa que le deja a Lázló tener que volver a reinventarse en un nuevo país que no le quiere y al mismo tiempo, le desea.
No tiene materia, como la forma de los sueños cada vez que se inyecta morfina, primero para el dolor, más tarde para el olvido.
No tiene materia, como la vergüenza de Lázló al ser violado por el sueño americano.
Cuando por fin se ven, después de su separación forzosa, Erebét le dice que ella ha estado con él todo ese tiempo. Ha estado con él a través de todas las mujeres con las que se ha acostado Lázló. Están pues, conectados. Trascienden al tiempo, el espacio y la materia.

El director de El Brutalista Brady Corbet, tiene treinta y seis años. Desde que empezó como niño actor a los once, ha trabajado con directores como Haneke (Funny Games 2008) o Lars Von trier, (Melancholia 2011). Quizás ha aprendido Corbet de ellos lo que es no ser querido y deseado al mismo tiempo. Quizás, de ellos ha aprendido que la libertad tiene un precio y quizás está de acuerdo con Goethe en que Quienes más libres se creen, son quienes más lejos están de la libertad.
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