Escucho la primera canción que sonó en mi
habitación de madera aquel día de verano de 2008.
Acababa de llegar a Montana. Aquel
pueblecito ubicado en el cantón de Valais, en una Suiza plagada de altas
montañas y verdes campos de larga hierba.
Olía a naturaleza y aventuras.
Ante mí, estaba el futuro y el pasado ya no
importaba. Quedaba demasiado por descubrir, por sentir, por hacer.
Cinco años después, estoy en la isla de
Cozumel. México.
Cinco años en los que me he esforzado por
convertirme en una profesional. En alguien "importante".
He luchado contra la soledad, las
enfermedades tropicales, los robos, las envidias y los fracasos.
He visto amaneceres rosados salpicados de
elefantes, inmigrantes en bicicleta de Sri Lanka en las zonas industriales de
la tan famosa Dubai, recorrido en moto la distancia de Beirut a Byblos y nadado
en las traicioneras aguas de la isla de Cozumel.
Hacerse mayor es uno de los retos más
difíciles de la vida. De repente hay muchas responsabilidades. De repente mirar
para atrás produce vértigo y ya no sabes realmente quien eres ni hacia donde
vas.
Y quieres conservar el candor y la
inocencia de antaño, pero las decepciones se acumulan y las fuerzas merman. Las
comparaciones aumentan y las historias de aquellos a los que conociste te llegan
hasta los puntos más recónditos de la tierra.
“¿Sabes que María se ha casado?
Pedro es ahora abogado en un importante
bufete.
Carla está viviendo en Londres, y ha
fundado su propia compañía.”
Y para mi, el tiempo se paró en 2008.
Cuando perseguía la libertad del viajante. Las brisas lejanas y las orquestas
de animales en la noche.
Y sigo soñando con viajar a una comunidad
Amish, asistir a una misa de negros en Nueva Orleans o ver la aurora boreal.
Soy una soñadora. Con todos los matices que
ello implica, los positivos y los negativos. Pertenezco al mundo y el mundo me
pertenece. A veces, este se torna oscuro y consique que me sienta muy pequeña.
Otras veces soy tan feliz que querría congelar el tiempo.
Cozumel es una isla azul.
Azul, verde y gris.
Con una sola carretera que la rodea.
Con conciertos bajo palapas de zacate.
Gente que va y que viene.
Turistas ansiosos de vivir la Aventura
caribeña, el calor pegajoso, las arenas blancas, los tacos y los tequilas.
Y cada vez estoy más segura que mi vida
parece basarse en ver, oler y escuchar para más tarde describirlo a otros.
Escribir y explicar porque yo veo el mundo de esta manera. Porque todo me
parece tan transcendental y eterno y al mismo tiempo complicado y cruel.
Sólo divago, desde un cuarto de hotel.
Desde una existencia transitoria anclada a pasteles de chocolate y jardines en
junio de aquel tiempo que fué mi infancia.
Y como mi amado Whitman, parece que no haya
más momento que el que hay ahora.
Siempre hacia delante.
Siempre.
"Now some more flowers growThe corn gets eaten by a few more crowsAnd an old man's box is full of bonesWon't see his footprints in the stones"
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