domingo, 12 de octubre de 2008

Pierna de cordero


A veces me siento absurdamente pretenciosa.
Otras increiblemente inteligente.
A veces sagazmente pedante
y otras irónicamente traumatizada.

Escucho una radio por internet que es una maravilla. Me descubre nuevos grupos y es que, a lo tonto, ya llevo dos meses sin música de esa de mercado, fresca.

Leo Roald Dahl y The Portable Beat Reader. Pero sobre todo escribo. Cualquier cosa. Absolutamente todo lo que se me pasa por la cabeza, desde el buen sabor de boca que me quedó después de la arriesgada decisión de probar un croissant en el comedor, hasta el por qué de crear un acelerador de partículas (y es que siempre pensé, que la raza humana tiene que volcar todos sus esfuerzos en inventar el teletransportador.)

El otoño ha llegado a mi valle suizo, las hojas de los arboles tienen mil colores, como el estado de mi humor a lo largo de un día entero. Pronto, llegará la nieve, y con ella los días interminables de manta y libro. No importa mucho, porque tengo una buena provisión
Me imagino bajando la cuesta que lleva a mi parada de autobús bajo los enormes copos, con mi abrigo de piel y mis guantes de lana granates y tengo que decir, que la idea no me desagrada.
Desde mi ventana huelo el Croute que cocinan la pareja suiza que vive enfrente de mi casa, supongo que acompañada de un vino blanco de la región.

Ayer se me ocurrió una genialidad para escribir, mientras estaba cerrando los ojos a punto de dormir, y no tengo muy claro, si soñe que escribía una genialidad o si realmente el sueño me convirtió en un genio momentáneo de la literatura. Ya estaba yo pensando, Que se joda Salinger!
Sigh! Mi gozo en un pozo.


Estuve en Madrid una semana entera. Nunca había tenido esa sensación de visitante en mi propia ciudad. Todo el mundo tenía obligaciones, menos yo. Me echaba a la calle a deambular mirando todo y a todos como si los viera por primera vez, apreciando los detalles en los que nunca me fijé y a las personas como nunca antes las miré.

La Gran Vía atestada de gente.
El bar de siempre.
Los amigos (Y esto P, también va por ti)
Madrid iluminado y Madrid amaneciendo.
Los baños interminables cantando a voz en grito
Las peleas de familia
El silencio
Bresson colgado de una pared de un piso de Padilla
El olor del café recien hecho








***Tengo que añadir que el contenido de esta entrada puede resultar un poco confuso, pero la explicación se resume en que mientras estaba escribiendo, han sonado canciones absolutamente opuestas entre si, Que han conseguido cambiar línea inicial de narración unas cuantas veces.

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