sábado, 20 de septiembre de 2008

Le ballon rouge

Suiza está resultando toda una sorpresa.
Aunque todavía no puedo decir en que sentido.

Hoy paseé entre viñedos comiendo Raclette, Tartar y uvas que recogíamos de los sembrados. Haciendo una cata de vinos de la zona.
También paré en la orilla de un río, me descalzé y metí los pies dentro del agua congelada.
Y rebusqué entre los guijarros para regalarle a mi tocayo y amigo, Alex, la piedra más bonita que pudiera encontrar.

Encontré una tienda de antiguedades dentro de una casa particular. Me quedé con el teléfono del dueño para una visita con historia y vaso de vino.

Hablamos durante todo el camino (caminante no hay camino ...) de Arte, Literatura, Cine. De los viajes que habíamos hecho y de los que queríamos hacer. De sexo y soledad. De amor.

Encontramos una terraza llena de flores donde los caballeros sacaban a bailar a las señoras vestidas de domingo, con banda en vivo tocando lo equivalente a un chotis madrileño en francés.



Al terminar la cata de seis kilometros, muchas copas de vino y comida en abundancia, llegamos al punto de partida donde Alex me enseñó un sitio maravilloso. Una especia de casa oculta/okupa de fiestas clandestinas y estética hippie.

Más tarde subimos hasta lo alto de la montaña para llegar al final de una barbacoa, fuego y río de por medio donde intenté convencer a un mejicano para que me enseñara a escribir.

Terminé el día yendo a cenar a un restaurante español unas gambas a la plancha con pimentón y ajo.

Y lo que me queda, queridos ...

Escucho compulsivamente:

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