viernes, 31 de octubre de 2025

Vosotros me miráis, yo os miro.

Haj regő rejtem
Hová, hová rejtsem...
Hol volt, hol nem: kint-e vagy bent?
Régi rege, haj mit jelent,
Urak, asszonyságok?
Ím szólal az ének.
Ti néztek, én nézlek.
Szemünk pillás függönye fent:
Hol a színpad: kint-e vagy bent,
Urak, asszonyságok?
Keserves és boldog nevezetes dolgok,
az világ kint haddal tele,
de nem abba halunk bele,
urak, asszonyságok.
Nézzük egymást, nézzük, regénket regéljük.
Ki tudhatja, honnan hozzuk?
Hallgatjuk és csodálkozzuk,
Urak, asszonyságok.

Texto en húngaro de la obra


En el ballet pantomima, El Mandarín maravilloso, y la ópera, El castillo de Barbazul, las dos de un acto, las dos de Béla Bartók, aparece al comienzo de cada una un poeta que, solo en escena, recita unos versos en húngaro a modo de prólogo. El poeta se pregunta dónde está el escenario, si dentro o fuera. Habla del refugio del espectáculo en tiempos de guerra y como estos en realidad, son lo mismo. Todo es espectáculo, sólo que uno es una ensoñación y el otro el lugar donde vivimos nuestras vidas. ¿Por qué no entonces perderse un poco en una fantasía, bajar los párpados y dejarse ir?




Producen una sensación de desasosiego sus dos obras, quizás más El Mandarín maravilloso que el Castillo de Barbazul. La primera fue escrita en 1917. Supongo que sólo estaba reflejando su sentir justo al final de la primera guerra mundial. Aquella en la que no quedó nada de las ciudades, ni del futuro de Hungría, su país. Más tarde, en octubre de 1940, Bartók y su esposa, Ditta Pásztory, dejarán su patria para instalarse en Nueva York. Allí permanecerá hasta su muerte en 1945, sólo cinco años después. Fue la guerra el motivo, quizás la impotencia de ver la destrucción de su mundo por segunda vez; quizás que Hitler intentará instrumentalizar su obra, llena de folklore popular, como arma cultural. Ya lo hizo con Strauss. O quizás, fue la osadía de intentar que su música sonará en la exposición de Arte Degenerado de 1937.




Casi al final de Barbazul, compuesta en 1911 -me aventuro a pensar que le interesaban asuntos más mundanos-, Judit ha llegado a la habitación en la que hay un lago blanco y yerto, que resulta ser de lágrimas. Primero piensa que pertenecen a su nuevo y rico esposo. -El amor siempre quiere justificar las debilidades del otro-. Más tarde, acaba comprendiendo que son las lágrimas de las tres esposas anteriores de su marido. Esas mujeres fueron las que le enriquecieron a través de sus generosas dotes sólo a cambio de un sueño que se tornaría pesadilla. Aquellas a las que guarda en la última de las siete habitaciones cerradas bajo llave. Antes descubre un hermoso jardín en otra estancia cerrada, pero sus narcisos gigantes están mojados de sangre, así como las coronas y joyas de la habitación de los tesoros. En la última escena, Barbazul explica a su cuarta esposa, a la que conoció al anochecer, que la primera llegó a su vida una mañana, la segunda al mediodía y la tercera por la tarde, con la llegada del ocaso. Es entonces cuando Judit conoce sus destinos. El suyo será acabar en esa habitación y el de su marido, solo de nuevo.




Antonio Gramsci, pensador y político italiano dijo que cuando el viejo mundo se muere y el nuevo tarda en aparecer, en ese claroscuro, surgen los monstruos. Caí en que el hombre que escribió las dos obras, murió sabiendo que la segunda guerra mundial había acabado. Así que en este año, en este momento que sucede ahora, en mitad de la ópera, cerré los ojos y apareció la reescritura de la primera parte de la primera novela que he escrito. Sonreí en la oscuridad y agradecí a Bartók haber compuesto aquello y, como el poeta, pensé: Todo es espectáculo, sólo que uno es una ensoñación y el otro el lugar donde vivimos nuestras vidas. ¿Por qué no entonces perderse un poco en una fantasía, bajar los párpados y dejarse ir?





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