Te conozco.
Sé por ejemplo, que entiendes el concepto del amor a través de una canción de Ivan Ferreiro.
También que haces más deporte del que deberías, para dormir bien.
Y aún así, no lo haces.
Me has contado episodios de tu infancia y de tu juventud.
tu abuelo.
Y de tu vida al otro lado del océano.
Sé el gesto que te cruza la cara cuando algo te preocupa.
que eres ante todo, leal
y que mientes poco.
Por lo menos en lo importante.
Te conozco
Pero quiero conocerte más
porque todavía no me canso
de descubrirte.
En la película de Paul Thomas Anderson, Magnolia, Donnie Smith, aquel niño genio que ha quedado en su etapa adulta para vender televisores en una tienda de electrónica de un suburbio de una ciudad cualquiera en Estados Unidos, dice que tiene mucho amor que dar. Que tiene tanto, que no sabe donde ponerlo. Esa vez (la segunda en la película), lo dice con la boca destrozada, llena de sangre. Lo masculla, más que decirlo. Se rompe los dientes por los que se endeudó buscando conseguir el amor que tanto ansiaba.
Pero da igual que Donnie se ponga una dentadura nueva. Cuando el objeto de su deseo, le ve borracho y patético, Donnie ya no sabe que hacer con todo ese amor. Se ve a si mismo como lo que es: un niño roto que nunca será querido.
Por qué aún así, a pesar de todo, Donnie lo sigue intentando. Como el guerrero que vencido, sigue levantando la espada, porque es eso o la muerte. Es que es el amor o la muerte. No hay más. Es esa pulsión de seguir buscando aún sabiendo que es imposible, lo que nos hace humanos.
Es esa pulsión por volver a un destello de momento, en el que siendo abrazados por el objeto de nuestro deseo, soñamos con quedarnos a vivir allí.
Y yo me pregunto si la ilusión del amor, es mejor que no tener amor. ¿Es mejor sentirse amado a medias que no sentirse amado?
No hay comentarios:
Publicar un comentario