miércoles, 28 de noviembre de 2012

12000 feet


Desde la ventanilla del avión veo como los grandes valles de Bogotá se hacen minúsculos a cámara lenta hasta alcanzar la altura de las nubes. 
12.000 pies de altura. 847 km/h
Diana, mi compañera de asiento llora calladamente a mi lado, vuela a España, deja su patria por amor.
"Que lindo se ve desde aqui", susurra con una media sonrisa que va adquiriendo tono de nostalgia a medida que el verde pasa a ser cielo.
Y del cielo a casa.

Hay varios tipos de hogar, el de la infancia: los olores, sabores y dimensiones de antaño. El de los padres, al que siempre vuelve uno cuando tiene que lamer sus heridas y se siente un punto en el universo, el de los amigos, que son aquella familia que se elige. Y por supuesto, el amor de las miradas compartidas. Ese que hace que el cuerpo vibre, que responde a algún lugar lejano del que alguna vez tuvimos conciencia, donde reside la paz.



El abrazo infinito y la sonrisa a un centímetro de tu piel.
Las confidencias, las caricias, los despertares, las carcajadas y la sensación de tocar casa y estar a salvo, como hace años hacíamos jugando a moros y cristianos en el patio de recreo.

Cuando el amor es compartido, y no hace más que crecer y crecer como fuegos artificiales en una noche de fiesta, como amaneceres estáticos que hacen estremecer la piel por su totalidad y belleza.




30 días de amor en Lima y lo que queda.
Bajo el cielo nublado deslumbra el sol y no consigo creer lo feliz que soy al haber encontrado lo que tanto tiempo busqué.

Atardece por encima de las nubes, me recuesto en el asiento mientras una azafata camina a lo largo del estrecho pasillo.
Me abstraigo. Me abstraigo y vuelvo a tus brazos y al olor de tu piel, cierro los ojos.

El avión sobre vuela el océano, y de aqui, a casa.


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