jueves, 25 de agosto de 2011

Eivissa


Escribo desde una playa de cantos rodados.
Escucho el sonido de las olas chocando contra las piedras pulidas.
Hace calor, y una gota de sudor se desliza lentamente desde mi nuca a la espalda.
Siento el recorrido y no me molesta sino que me crea la ficticia sensación de un dedo deslizándose a lo largo de mi espina dorsal.






Si alzo la vista, veo la casa en la que me hospedo.
A cien metros se ubica la tienda de ultramarinos de Nicola y Kika.
Me recuerda a las mismas tiendas repartidas por las montañas que llegaban a Suiza desde Italia
A las que se llegaban por las escarpadas y estrechas carreteras.


Miro a mi alrededor y veo cuerpos que reciben la energía del sol.
Oigo el sonido de los grillos y la luz me ciega
Tengo ganas de entrar al mar y no escuchar más que el sonido del agua chocando contra mi piel,
ni oler más que la sal mineral que se desprende y se seca.



Hago recuento de los meses que llevo vividos desde el comienzo del año,
De los sitios que he conocido, de los nuevos amigos que la casualidad, o el destino, (llamadlo como queráis) han puesto en mi camino y de los viejos reencontrados y re-descubiertos
E intento vislumbrar de refilón, el otoño que dentro de poco estará aqui.
Nueva vida. Nuevos retos.





Madrid en otoño. 
Y sus calles y sus gentes y la noche que cae antes 
Y la brisa del atardecer que ya se intuye fría, preludio del invierno.


Quiero crear un otoño tranquilo.
De esos de tardes bajo una manta de cuadros, libros ya olvidados y amontonados en una pila en una esquina de mi cuarto, de paseos a la tarde y goteo intermitente de hojas yermas y del estallido de tonalidades del tierra al rojo vino intenso de los arboles de El Retiro.


Quiero ilusionarme como antaño de estudiante.
Cuando los libros de texto huelen a nuevo
Cuando se guarda la ropa de verano en el armario
Y se sueña con las cosas nuevas, que han de venir.






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