lunes, 12 de abril de 2010

Me quedo con los atardeceres de Mombasa

17 días después
17 días después del camino de lodo y moscas que me sacó del Serengeti, me llevó a Mwanza y de allí, a Kenia.

Ahora vuelvo a estar aqui, en el mismo cuarto de hotel que hace 17 días. El número 32.

Pero hoy las luces son distintas sobre el lago Victoria.
Y ya nada me parece del mismo color.

Me vienen imágenes en ráfagas de los últimos días a la memoria

Lentanó preparando Chai al fuego de nuestro campamento de Loita.
Mi hermana rodeada por niños en la Manyatta, cerca del bosque de los niños perdidos.
Naftalí intentando sacar el Land Rover del océano de fango en Nakuru.
Baraka.
El Morani caminando hacia nosotros de la nada y dirigiéndose a la nada.
La primera vez que ví al fiel Fuad en el aeropuerto, esperando a mi llegada a Mombasa.
Los trillizos de Benardo en la piscina.
Iñigo en el alféizar de su ventana retro que mira al mar de Greenwood Lane.
Los atardeceres de Mombasa.

Y esos recuerdos serán para siempre.
Porque puedo decir, que cada uno de ellos, cada matiz o cada detalle, aún aparentemente insustanciales han sido vividos de forma espontánea.

Y la eternidad, queridos, no es el mar.
La eternidad es la intensidad.

Ya son las ocho de la tarde, y se oyen, a lo lejos, los cantos que llaman a la mezquita.
Os voy a pedir permiso, para que me permitáis espaciar las historias y relamer hasta el último punto de luz o sonido de ellas.
(Me imagino el frustrante tintineo de una cuchara llegando al fondo del tarro de yogur.)

Así, que os voy a pedir que seais pacientes y que, desde la soledad del Serengeti,me dejéis enumerar y seleccionar los recuerdos de este viaje.
Descartando las fotos desenfocadas y calando en los detalles.

This is Africa, my friend.
El lugar del absoluto: Libertad, miedo, esperanza y valor.

El lugar del infinito,
Y de la eternidad.

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