viernes, 15 de enero de 2010

Vagabond for beauty.


Las praderas verdes del Serengeti consiguen despertar en mi el deseo de echarme a correr sin destino.
La hierba que crece salvaje alcanza alturas de hasta un metro de alto.
Los antílopes pastan sin leer las noticias de actualidad.
Los sucesos de su día se basan en almacenar la mayor cantidad de comida en el estómago sin que ningún león, chacal o ratel le quite la vida a mordiscos.

Los amaneceres son frescos y de un rojo degradado. Los atardeceres son cálidos y la noche va cayendo de manera paulatina sin que nos demos cuenta.

Los babuinos son hábiles ladrones y se ríen de mi y de mi estilo de vida.

Aqui reina el ritmo lento. Paso por paso. El stress es una palabra aún no inventada y todo el mundo se saluda con un Habari.

Los Massais aparecen al caer la noche y curiosos te preguntan con su reducido inglés, porque ellos sólo entienden de estrellas y de cauces de ríos.
Saitoti es la mayoría de las veces el primero en saludarme. Kalanga me tocó el pelo curioso al preguntarle yo por los grandes agujeros de sus orejas. Ya confía en mi y cada vez que me ve, sonríe.

Las noches se pasan con copas de vino blanco, orquesta en directo formada por grillos y demás insectos y algún rugido a lo lejos, El lobo estepario es mi libro de noche y en contadas ocasiones, fumo cigarrillos liados de Banji que crece salvaje en cualquier esquina.
Pasado un rato me meto bajo la mosquitera que corona mi cama y debajo de un edredón blanco sueño con mis próximos viajes.

Sobrevolar las verdes llanuras en globo
Unos días en las blancas playas de Zanzibar
o un par de horas recorriendo el crater del Ngorongoro.

Y la sonrisa dibujada, porque no hay mayor placer que sentirse libre.

1 comentario:

teresitta dijo...

me encanta leerte ;-)