"...Me he quedado solo en la casa de los muertos
que sólo yo recuerdo".
Salvador Espriu
Acabo de terminar Casa en llamas de Dani de la Orden y me quedo fascinada y horrorizada con esas llamas que se lo comen todo.
Como esa familia disfuncional, que en esa casa que arde, habitó -¿No son todas las familias disfuncionales? - me pregunto. Como se fagocitan los unos a los otros, como no dejan nunca de mirarse a si mismos y son incapaces de ver al otro, como hundirían la cabeza del otro para salir a respirar desde el fondo del mar.
Y es que somos todos así, personas rotas, esclavos de nuestra infancia. Un amasijo de incertidumbre, inseguridad, traumas y expectativas no cumplidas. Me sigue fascinando la idea de que somos capaces de lo mejor y de lo peor.
De que esta naturaleza nuestra hace que creemos obras de una delicadeza asombrosa, como Anora, como esta misma Casa en llamas, como Perfect Days, que escribamos libros como La Península de las casas vacías, el cielo de la selva o Las horas.
Y sin embargo, somos capaces de empezar guerras, de robar al prójimo, de dejar que la soledad mate a los nuestros. De matar para sobrevivir y a veces, ni siquiera eso.
Y sin embargo, yo soy la primera en hacerlo. En vivir en mí, en pensar en mí, en defenderme de los otros y al mismo tiempo, los necesito tanto..
Jamás podremos construir una utopía, porque estamos condenados al inevitable fracaso y corrupción, pero ¿Cómo no intentarlo? Lo contrario es la muerte. Es, por tanto, nuestro deber fracasar una y otra vez con la ilusión de que tal vez, lleguemos a conseguirlo. Quizás el arte, la creación, sea algo que aunque no construya la utopía anhelada, nos la esboza. La creación nos ofrece la posibilidad de entendernos, nos consuela, nos mece y nos arropa como a los niños rotos que somos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario